Por: Laura Ramírez Palacio (Universidad Autónoma de Madrid)
La reciente intervención en la plaza de Bolívar de Bogotá de la artista colombiana Doris Salcedo, titulada Sumando Ausencias, ha sido objeto tanto de elogios como de críticas. Partiendo de algunas de las cuestiones que se han discutido, este texto pretende poner en consideración el poder, el valor, así como peligros de una acción de este tipo, particularmente, en el complejo escenario político y social que se vive hoy en Colombia.
Sumando Ausencias surgió a partir de los resultados del plebiscito del pasado 2 de octubre donde Colombia votó NO a los acuerdos de paz firmados entre el Gobierno Nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Desconcertada y abatida por los resultados de esta votación, Doris Salcedo se movilizó con urgencia para realizar una acción colectiva que conmemorara a las víctimas del conflicto. Sobre 1900 trozos de tela blanca (130 x 250 cm.) se dibujaron con cenizas los nombres del mismo número de víctimas (entre el 7 y 8% de las víctimas totales). Entendidos por la artista como banderas o mortajas, estos trozos fueron cosidos unos a otros generando un manto blanco que cubrió toda la plaza de la capital. La acción se llevó a cabo el pasado 11 de octubre, con la ayuda de cerca de 10.000 voluntarios, entre los que se incluían, estudiantes, amas de casa, trabajadores, políticos, soldados, entre otros.
Esta “acción de duelo”, como la nombró Salcedo, buscó visibilizar y materializar la ausencia de las vidas que ha cobrado el conflicto, como una suerte de recordatorio de una de las principales razones que hoy moviliza al pueblo colombiano por lograr una paz estable y duradera.
Imagen 1: “Sumando Ausencias”, Plaza de Bolívar, Bogotá – Colombia.
Una buena parte de las críticas, han sido dirigidas a la artista como figura. Se le ha tildado de “oportunista”, se le ha interpelado “protagonismo” y se le ha reclamado una actitud “mandataria” a lo largo de la coordinación y el desarrollo de la actividad. Como bien lo dijo el crítico y curador José Roca, el tildar de “oportunista” a Doris Salcedo no es otra cosa que desconocer los más de treinta años que lleva la artista realizando piezas e intervenciones, en respuesta a escabrosos eventos que se han vivido en Colombia (véase la entrada del 2 de octubre de 2015, “DORIS SALCEDO EN EL GUGGENHEIM” por: Juanita Solano). Sin embargo, la crítica señala algo que trasciende las particularidades de la obra de la artista, ¿se desconoce el poder, así como las dificultades, de crear imágenes y acciones artísticas en escenarios como el que vive hoy Colombia? Lamentablemente pareciera que, para muchos, tiene más valor un aporte económico que la construcción de imágenes, de memoria y de espacios de reflexión como los que apuesta el trabajo de Doris Salcedo[1].
Otra buena parte de la crítica, ha hecho referencia a la propia coordinación del evento y su pertinencia. Se ha cuestionado, entre otras cosas, el que la plaza estuviera cercada, que se tuviera una lista de voluntarios preinscritos, e incluso el desplazamiento de otros manifestantes. Más allá de las especificidades, estas críticas terminan por evidenciar una desconexión ente el lenguaje y los modos de operar de Salcedo, con las necesidades del público y el contexto colombiano.
Por ejemplo, para el momento en que la artista decidió realizar la intervención, en la misma plaza de Bolívar se encontraba un campamento donde cientos de personas buscaban urgir un acuerdo de paz. Si bien es cierto que la artista y sus colaboradores estuvieron días antes en conversación con los ocupantes de la plaza y que su traslado a una esquina de la misma para realizar la obra de Salcedo fue por mutuo acuerdo, queda la pregunta por la necesidad de dicho desplazamiento. En todo caso, ambos gestos de protesta tenían un mismo fin. Se hace evidente un choque de lenguajes, que podría ser atribuido a la resolución estética que buscaba Salcedo. El rectángulo blanco inmaculado que conformó la pieza, la repetición de los trozos de tela, la retícula de bolsas de arena y los nombres perfectamente alineados, dan cuenta de un lenguaje purista, cercano al minimalismo, pero antagónico a la orgánica disposición de las carpas de los manifestantes que se encontraban ocupando la plaza días antes. La pregunta sería, ¿es alguno de estos lenguajes más correcto, pertinente o poderoso que el otro? ¿eran realmente incompatibles?
Imagen 2: “Sumando Ausencias”, Plaza de Bolívar, Bogotá – Colombia. Foto: Felipe Arturo.
Imagen 3: Campamento por la paz, Plaza de Bolívar, Bogotá – Colombia. Foto: Diana Pizano
La preocupación estética no solo parece haber distanciado la obra con parte del público que allí se encontraba, sino que también opacó el poder que tenía la propia participación para los voluntarios y espectadores. Este es, el peligroso límite entre lo estético y lo aistésico[2], en el marco de la construcción de piezas participativas. Queda la sensación que el fin estético terminó por imponerse a la experiencia. El hecho mismo que la artista evadiera los registros fotográficos durante la construcción de la pieza y alentara a la prensa a esperar el resultado, es una buena muestra de esto.
Ahora bien, no cabe duda que la imagen que activó a Salcedo y que resultó de este encuentro, fue una imagen potente, conmovedora, con un importante valor. Pero aún más valiosa ha sido la experiencia de quienes pudieron sacar provecho de su construcción, así como sus reflexiones, sus lágrimas, sus emociones, sus afectos. Estaba en la acción y no solo en la imagen, el potencial de generar auténtica empatía. Así lo demostraron los testimonios de quienes señalaron el valor de haber compartido con extraños, de haberle dedicado un tiempo a la memoria del país e incluso de haber vivido un conmovedor encuentro con el nombre de algún familiar fallecido.
Pareciera que son muchas las bondades como los peligros o contradicciones de una pieza como Sumando Ausencias. En tal medida, termina por ser una obra particularmente representativa de los convulsos momentos que vive el país. Colombia pasa por un momento sísmico, de contrastes, donde unos disfrutan y celebran lo que a otros les duele. Este es un periodo de incertidumbre, miedos, desconfianzas e incluso rabias, que no dejan de desestabilizar el escenario social y político, permeando incluso manifestaciones culturales.
[1] Lo evidencian intervenciones como la del director del Museo de Barrio de Manizales, Luis Fernando Arango, al preguntar a la artista: “¿De los múltiples premios, y de sus innumerables contratos, que son todos muy merecidos, a cuántas víctimas ha beneficiado?” Publicado en: http://www.semana.com/cultura/articulo/criticas-a-la-obra-de-doris-salcedo-sumando-ausencias/498873 [Fecha de consulta: 12/10/2016].
[2] Con el término Aisthesis, Rancière hace referencia a la relación con la obra de arte, ya no desde su recepción, sino desde la trama sensible de experiencias desde donde surge su producción. Véase: RANCIÈRE, Jacques. Aisthesis. Nueva York: Verso, 2013.